En “ARTO DE ARTE” de José María Parreño

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Nada se acaba, nada es sólo una cosa.
Cada flor es un ojo cegado por el sol, cada piedra una nube paciendo el firmamento de los prados. En el humo se despereza el rostro de tu abuelo. El torbellino de la galaxia nace del ombligo de esa chica. El mundo espejea de similitudes, todo parece traducible a todo. Pero es que, además, cada muesca es el perfil de una nariz, cada vacío aloja un cuerpo inverso que sólo ven los ciegos. En el puzle del mundo no falta una pieza. No hay un espacio en blanco de significados. Está repleto, y además está vivo. Ver el crecimiento orgánico de sus elementos, la cadena sin fin de sus transformaciones, la disposición de la materia para ser cualquier cosa que la eleve y la meza. Para ser, para seguir siendo. Toda vida lleva grabada un orden: ¡permanece!
También en el ojo ordena a todo cuanto mira: ¡Significa! En términos puramente visuales, desde el Renacimiento, los pintores sonsacan de lo abstracto y lo casual imágenes concretas. La muchedumbre de rostros que encontraba Piero di Cosimo en los muros de enfrente de su casa, decrépitos y manchados. Picasso, que ve en un manillar la cornamenta que le faltaba a un toro de hojalata.
Quien más quien menos ha experimentado esas imágenes hechas de imágenes, esa conexión universal entre las cosas, en circunstancias muy especiales o con la ayuda de drogas psicodélicas. Ernesto Flores no sé si lo ve, pero lo pinta. ¿Existe esa realidad? A los católicos se les aparece la Virgen, y Osanyin a los yorubas. No suele pasar al revés. Incluso en los sueños, uno ve aquello que conoce.
Ernesto Flores conoce a Kauyumari, el dios venado del peyote, pero también transformaciones sin nombre que de inmediato reconocemos nosotros: el hombre de cuya boca surgen unos labios, el ser que balbucea otro ser. La fantasía angustiosa de estar invadido por otro, si lo miras de un lado. Y la de estar enterrado en un cuerpo que te suplanta, si lo miras de otro. Entonces nos palpamos la piel: ¿Alguien me ha pronunciado? ¿Soy el que anuncia al que vendrá después? ¿O le estoy ahogando?
Las cosas que hace Flores son antiguas y nuevas a la vez, pasadas de modas. Sobre amate, las cortezas en que se pintaron las crónicas precolombinas latinoamericanas, con acrílico y una figuración prima del cómic. Pintura sin estilo, como la de Altamira. Surgidas de intenciones más parecidas a las de quienes pintaron los bisontes que a las de “joven artista” de este fin de siglo. Flores habla en voz baja, dice algo al oído.

José María Parreño

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